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Ejemplo de vocación de ayuda al prójimo

A sus 97 años, don Emilio Lazo cuenta con el cariño y cuidados de su familia, quienes velan por él tras una vida en que se destacó por su gran corazón.

A los 5 años de edad llega Emilio Lazo a vivir a Puente Alto junto a su madre, quien se radica en la comuna por motivos de trabajo. Es así como de niño entra a estudiar al colegio Domingo Matte Mesías, para, tras realizar su Servicio Militar, ingresar a trabajar gracias a un conocido al Hospital Sótero del Río.

En el recinto hospitalario ejerció labores de portero, en informaciones y tareas administrativas, subiendo de niveles con los años, en donde fue además dirigente sindical. Fue también, en ese mismo lugar, en donde encontró el amor: “ahí conocí a mi esposa”, señala.

Junto a don Emilio se encuentra su hija Berta, quien cuida de él a sus 97 años. “Mi madre llegó enferma el hospital, producto de una anemia”, cuenta, complementando la historia de su padre. “Y la atendió mi papá, se la dejaron encargada sus patrones. Él la visitaba siempre y le llevaba regalitos. De hecho, a ella le decían las mismas enfermeras ‘aproveche que Emilio es un buen hombre, trabajador’, y bueno, se conocieron más, se enamoraron y se casaron, matrimonio del cual nacimos 4 hijos. Siempre he pensado que ellos eran almas gemelas, pues compartían una historia de vida muy parecida”, agrega.

Don Emilio trabajo hasta 1975 en el Sótero del Río, para luego desempeñarse en otros empleos por corto tiempo, hasta que su señora decidió instalarse con un quiosco, en la esquina de Eduardo Cordero con Santa Elena. Berta comenta que al poco tiempo su madre prefirió dedicarse nuevamente a las tareas del hogar y la costura, dejando el local a don Emilio, quien lo administró hasta más menos el año 2010.

“Mi padre vendía diarios, confites, dulces, etc. Era muy querido por la gente, y a los niños que iban siempre les regalaba dulces, o se los entregaba a modo de vuelto, jugando. Era muy atento con todos, y siempre trataba de ayudar a los demás en lo que más podía. Esa era una de sus mayores virtudes, el poder servir a los demás, sin esperar nada a cambio”, afirma su hija, que dice que su padre aún recuerda a su madre, quien falleció hace ya 22 años. Don Emilio muestra su anillo, y esboza una sonrisa.

AMOR FAMILIAR

A su edad, don Emilio se moviliza en una silla de ruedas cuando debe salir de su hogar, pero dentro de éste, camina diariamente y por las tardes se entretiene alimentando a sus perritos. Ya ha sobrevivido a dos infartos también, por lo que no se ha dado por vencido, y hoy cuenta con los cuidados de sus hijas, quienes se turnan para poder atender a su padre.

“Cuando estaba aún activo, y podía moverse, seguía ayudando a la gente. Por ejemplo, iba a un hogar de abuelitos por acá cerca, y a una clínica de pacientes psiquiátricos, a los que mi papá les llevaba los diarios todos los días. Cuando se enfermó y ya no podía salir, ¡vinieron todos todos los pacientes a visitarlo! Fue algo muy emotivo”, cuenta su hija.

Actualmente, todos los fines de semana, la familia (hijos y nietos) se reúne a almorzar con don Emilio, una tradición que se ha vuelto sagrada, estando de esta forma rodeado del amor y cariño que muchas veces él mismo entregó a los demás e inculcó a sus hijos.

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