Por Gabriel Molina Villanueva

Seis de la mañana con cinco minutos y desde la estación Plaza de Puente Alto sale el primer tren con destino a Tobalaba atestado de gente que seguramente no guarda conciencia que esta semana se cumplió un mes desde que la comuna de Puente Alto volvió al confinamiento total.  Seguramente esa falta de conciencia se deba a que desde inicios de la pandemia no ha conocido de cuarentenas y se ha debido levantar todos los días, en la más completa “normalidad”, a trabajar.

Eso, para quien ha podido mantener su trabajo ya que, si hay algo que ha dejado sentir el Covid-19 en nuestra comuna, además de la gran cantidad de contagios y lamentables muertes, ha sido un crecido número de cesantes, lo que ha desencadenado el aumento del comercio ambulante y emprendimientos de carácter informal, ya sea a la cola de la feria o aprovechando las redes sociales.

Y esto en gran medida ha ocurrido porque, al igual que hace un año atrás, nos llevan a cuarentena sin medidas de ayuda efectivas, con un bono clase media que ha traído más frustración que alivio y con las ollas comunes multiplicándose por los barrios de nuestra comuna, lo que empuja a salir a la gente a la calle a buscar su sustento, arriesgándose ser multados o detenidos y provocando una alta movilidad arrastrada por la necesidad.

Hoy Puente Alto se encuentra entre las siete comunas con mayor cantidad de casos activos. Es además una de las comunas a nivel nacional con más fallecidos. Y si necesita encontrar una explicación a ello, le invito a darse una vuelta por las estaciones de metro durante la mañana  y verá personas que no han podido migrar a teletrabajo o que ante la necesidad deben salir a buscar el sustento a diario con el riesgo de contagio; trabajadores independientes que han quedado sin ayudas, porque no califican para el IFE ni para el Bono Clase Media y que ante la desesperación salen a las calles asumiendo el riesgo de contagiarse y seguir con la cadena que hoy nos tiene, al igual que en 2020, en cuarentena total.

Por eso, resulta injusto responsabilizar a la gente por aún no poder encontrar la salida, la luz al final del túnel, pues la mayoría de ellos y ellas no salen en masa todas las mañanas a “pasear” en el metro; han debido salir porque la ayuda ofrecida desde el gobierno ha sido insuficiente y mal focalizada, alcanzando para unos pocos y dejando a muchos en una total indefensión. Sumemos a esto las políticas sanitarias que reflejan un bajo seguimiento y trazabilidad.

En ese sentido llegó la hora de tomarnos esto en serio, pues arriesgamos que el proceso de vacunación que tanto se celebra desde el gobierno pueda volverse ineficaz. Llama la atención que habiendo un alto porcentaje de vacunación, todavía sigamos con un elevado índice de personas hospitalizadas en riesgo vital.

Ya se ha demostrado que la ayuda no ha surtido el efecto esperado y que si queremos detener el avance del Coronavirus hay que dejar de lado mezquindades y las ideologías y pensar más en las personas.

Es de vital importancia revisar los instrumentos con los que se mide el índice de vulnerabilidad de los habitantes del país. Que tenga en consideración el contexto actual, pues según cifras del Banco Mundial, se estima que 2,3 millones de personas en el país han caído de clase media a vulnerable y es altamente probable que los actuales instrumentos, como el Registro Social de Hogares o la encuesta CASEN no estén reflejando esta realidad reciente de nuestro país. Esto, sumado a una renta universal, parece ser la única forma de detener el avance de esta pandemia, que no da tregua en Chile y que sigue amenazando a los vecinos más vulnerables de nuestra sociedad.