Desde Puente Alto al podio panamericano: César Palacios Caniumilla y su historia en el canotaje

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Para César Palacios Caniumilla, el remo y las embarcaciones han sido parte de su vida desde siempre. Y es que al venir de un linaje familiar de apasionados por el canotaje, no podía ser de otra manera

Los fines de semana y las salidas recreativas desde que tiene uso de razón incluían ver a su mamá, su abuelo y sus tíos remando un bote, bien sea disfrutando de relajantes paseos o exigiéndose al máximo para superar sus propios límites.

Hasta que un buen día este jóven puentealtino decidió dejar de mirar y comenzar a remar. Desde los 14 años, combinó la cotidianidad de un joven que cumple sus deberes escolares y socializa con amigos, con la disciplina y el esfuerzo que demandan un deporte tan complejo y exigente como el canotaje.

Hoy, a sus 18 años, César Palacios Caniumilla puede exhibir importantes logros. Quizás el más emocionante de ellos, fue portar los colores chilenos y llevar al país al podio del Panamericano de VA’ A 2024, celebrado en Niterói, Brasil. Junto a otros jóvenes de distintas regiones de Chile lograron dos medallas de bronce.

Junto a Andrea Caniumilla, su madre y gran cultora de su pasión por el canotaje, César recibió a Puente Alto al Día en la sede del Club Canoas Santiago, en la laguna de Carén, donde en medio de un día de entrenamiento compartieron su historia e incluso invitaron al reportero a subir a una canoa y experimentar la emoción de este deporte.

¿Cómo llegaste a este deporte? Tengo entendido que vienes de una familia ligada al canotaje

Sí, vengo de una familia ligada a este deporte. Mi abuelo comenzó por parte de la Federación, luego siguió mi mamá, mi tío y mi otra tía. Ellos empezaron por talleres en universidades, ganaron campeonatos y ya traían una trayectoria. Yo comencé en 2021, cuando se hizo un campeonato de canotaje polinésico en Coquimbo. Ahí dije: “ya, voy a empezar a remar, pero en kayak, para seguir la tradición familiar”. Me invitaron al club y me motivé.

¿Qué edad tenías en ese momento?

Tenía 14 años. Empecé entre septiembre y octubre de 2021.

¿Cómo fueron los inicios?

Lo bueno es que empecé en septiembre, así que no hacía tanto frío. Igual costó. Me subí a un surf ski primero, en el mar, y como me mantuve, me dijeron que probara con el olímpico. Pero al principio fue vuelta al agua, vuelta al agua, vuelta al agua. No podía mantenerme ni cinco segundos sobre el bote. Fue frustrante, pero había que seguir intentando.

¿Cómo lidiaste con esa frustración?

Tenía la motivación de seguir. Veía a los otros remar y pensaba: “yo también puedo hacerlo”. Aunque no me saliera al principio, sabía que si ellos podían, yo también. Tenía que llegar ahí.

¿Cuánto tiempo te tomó dominar el equilibrio?

Me costó un año. Igual me seguía dando vuelta, por ejemplo si giraba mucho o si se me hundía la pala. Siempre iba con ropa de cambio porque sabía que me iba a mojar.

¿Y el desarrollo de la técnica?

Eso costó aún más. Empecé sin entrenador. En todos estos años nunca he tenido uno fijo. Ver videos en YouTube fue clave. Veía a españoles, húngaros, alemanes. También miraba a mi mamá, aunque su técnica es más antigua. Ella no usaba la rodilla, era solo espalda. Yo uso una técnica más actual.

¿Recibías consejos de otros?

Sí, gente del club me daba consejos técnicos como “sube más el codo”, “estira más el brazo”. Iba aprendiendo de todos lados, recogiendo todo lo que podía.

¿Cuánto tiempo pasó desde que comenzaste hasta que te atreviste a competir?

Solo un par de meses. Soy muy competitivo, así que quería probarme al tiro. Mi primera competencia fue en Villarrica, quedé décimo de quince. Me costó muchísimo, pero mi meta era no darme vuelta. Quería terminar la competencia. Si uno se da vuelta, queda descalificado, y subirse a un olímpico es casi imposible.

¿Y lo lograste?

Sí, la terminé. Aunque al principio me frustré por no quedar entre los primeros lugares, después entendí que lo importante era haberla terminado sin volcarme. Y eso fue un logro. De ahí en adelante, cada competencia tenía una meta distinta: estabilidad, luego mejorar posición, y así.

¿En qué lugares has competido en Chile?

En kayak he competido en Laja, Quellón, Nueva Imperial, Carahue y Villarrica. Pero la mayoría de los torneos y selectivos nacionales se hacen en Laja, es como el epicentro de este deporte en el país.

¿Practicas otras disciplinas además del kayak?

Sí, también hago canotaje polinésico, que se rema en el mar. He remado en Maitencillo, Papudo, Coquimbo, Algarrobo y en Brasil. En este último coseché mi logro más grande, porque fue representando a Chile.

Cuéntanos sobre esa experiencia en Brasil

Fue increíble. Era el Panamericano de VA’ A 2024 en Niterói y ganamos dos medallas de bronce con mi equipo. Grité con todo al cruzar la meta, fue pura adrenalina acumulada.

Llegar al bronce, pasar la meta y subir al podio junto a dos equipos de Brasil, que es la superpotencia indiscutible del canotaje en Sudamérica, es una emoción inolvidable. Y más cuando estamos representando a nuestro país.

Esa misma sensación la tuve cuando gané un sprint de 200 metros en Nueva Imperial, mi primera medalla de oro. Fue el grito más fuerte que he dado en mi vida.

¿Qué genera el canotaje en ti? ¿Qué sientes cuando estás sobre el bote?

Paz. Tranquilidad. Soy solo yo y el bote. Todos los problemas del día se quedan en el agua. Después de una semana mala, vengo, remo, y al salir siento que nada pasó. Es como una limpieza emocional.

¿Qué significa esta disciplina en la unión de tu familia?

Es genial. A veces llego al club y ya está mi mamá remando. O viene mi tío. Es familiar, lo llevamos en la sangre. Es una tradición divertida y muy nuestra.

¿Todos son de Puente Alto?

Mi tío es de La Florida, pero nosotros somos de Puente Alto. Está cerca, así que casi todo gira en torno a la comuna.

Como joven de Puente Alto, ¿qué mensaje le darías a otros jóvenes?

Que se atrevan. A veces hay que sacrificar tiempo, plata, comodidad, pero si uno sigue su corazón y lo logra, la felicidad es inmensa. Mucha gente me ha dicho “me arrepiento de no haberlo intentado”. Yo prefiero intentarlo y darlo todo, aunque duela. Como dice mi familia, yo no pienso mucho las cosas: actúo.

¿Y los sacrificios? ¿Cómo has compatibilizado esto con tu vida personal?

La base es mi familia. Mi mamá me apoyó desde el primer día, incluso cuando yo no quería venir por el frío. Ella me sacó adelante junto a mi papá. Todos pasamos por lo mismo: frustración, caídas… Pero ya estamos en un punto donde solo hay que seguir. Como en el kayak: para avanzar un metro, hay que dar otra palada, y otra, y otra. No se puede parar.

¿Algún comentario final?

Sí, me encantaría que más jóvenes probaran este deporte. Mi sueño siempre ha sido formar un K4 (un bote de cuatro remadores) con gente de mi edad, pero nunca lo he logrado porque no hay más jóvenes.

He invitado a amigos, familiares, vecinos… cuesta mucho que se queden. Por eso quiero hacer esta invitación: que vengan, que prueben. Aquí hay gente de todas las edades. Hay un señor, don Rubén, que tiene 100 años y sigue remando. ¡Cien años! Viene, arregla su bote, sale al agua. Yo quiero llegar a eso: tener 90 años y seguir en el agua, mostrando que se puede.

Familia que rema unida, permanece unida

Andrea Caniumilla tiene 50 años, vive en Puente Alto y es madre de César. Y también es deportista. De hecho, fue ella quien acompañó a su hijo en sus primeros pasos en la disciplina que une a su familia: el canotaje.

“Partí a los 11 o 12 años en un taller. Fue por casualidad, pero me quedé”, cuenta. Competía en kayak, en las categorías K1, K2 y K4, y representó a Chile en torneos nacionales e internacionales en Brasil, Argentina y Uruguay.

Como a muchos, la vida la llevó por otros caminos: los estudios, el trabajo, las responsabilidades. Pero en 2016 volvió, casi por nostalgia. “Me invitaron a un campeonato nacional y salí tercera. Ahí dije: ya, vamos de nuevo”.

Con el tiempo, la familia entera comenzó a involucrarse. Su hermano, también excompetidor, volvió a remar en 2018. Y César, su hijo, empezó a entusiasmarse cada vez más. “Al principio veníamos por ratos, a compartir en familia. Después, ya fue más en serio”.

Andrea se sumó al Team Yamakasi del Club Canoa Santiago, donde practica canoa polinésica. En 2022 compitió en el Panamericano de Coquimbo y obtuvo el tercer lugar. “Imagínese, retomando la actividad. Pero igual me subí y ahí estuve. De esto no te retiras nunca. El canotaje es un amor para toda la vida”, recuerda con una sonrisa.

El camino no ha sido fácil. La logística y los costos son un gran desafío para cualquier familia. “Todos los gastos corren por cuenta nuestra. Viajes, alojamiento, alimentación, la inscripción. A veces nos quedamos en camping, otras arrendamos cabañas, hacemos rifas o completadas. Pero lo hacemos porque queremos”.

También han aprendido a turnarse para manejar en los viajes y cuidar los detalles. “Mi marido no rema, pero nos acompaña. Vamos todos. Porque esto une, fortalece, y nos da paz”.

Sobre el crecimiento de César como deportista, Andrea se emociona. Recuerda la primera competencia en Villarrica con viento fuerte. “Yo le dije: hijo, lo importante no es el lugar, es terminar. ¡Yo sólo quería que llegara! Fue un orgullo enorme”.

Andrea atesora en un lugar muy especial de su memoria el momento en que su hijo conquistó el bronce panamericano en Brasil como parte del equipo chileno de canoa polinésica. Su voz se corta al relatarlo: “Lloré. Era un equipo formado por niños de distintas zonas del país. Y ganarle a una canoa brasileña allá… eso fue tremendo”.

Hoy reman por pasión, por convicción y por el amor al deporte. Andrea hace un llamado a las familias: “Apoyen a sus hijos, aunque cueste levantarse temprano, aunque implique sacrificios. Porque esto une. No todo es fútbol, hay muchos talentos en otras disciplinas que se pueden estar perdiendo y por eso siempre hay que apoyar”.

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